CINE, ARTE, NUEVOS MEDIOS

lunes, 16 de agosto de 2010

El proyeccionista itinerante


Hace unas semanas tuve el placer de participar en el conversatorio que siguió a la proyección de las cintas de Marco Pando, cineasta-artista peruano radicado en Holanda.
Para esta ocasión preparé un texto corto. Cuando llegué a la sala de cine, me comunicaron que no leeríamos nada sino que conversaríamos de manera informal, comentando las películas a medida que avanzaba el programa. Esto resultó mucho más espontáneo e interesante, pero me quedé con las ganas de leer mi texto. Cuelgo a continuación el texto que no leí ese día y reitero el entusiasmo que sentí al descubrir la obra de Marco Pando.

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En “El rey de las montañas”, Marco Pando (o más bien, un personaje que llamaré “el proyeccionista”) anuncia que este trabajo nos “recuenta la historia de Chacalón usando el film como medio”. Al presentarnos de esta forma su trabajo, Marco nos revela un aspecto fundamental de su obra, que podemos encontrar, no sólo en “El rey de las montañas” sino en la mayoría de los trabajos que hemos visto esta noche.

Lo que nos anuncia “el proyeccionista” es que estas películas tienen tanto ver con el recuerdo (“recuenta a Chacalón….”) como con el film (o el cine) como medio, pues apuntan a los componentes estructurales del cine y a su condición ambigua. Ambigua porque el cine es dos cosas a la vez: es un objeto concreto (esa serie de fotogramas que vemos desfilar uno tras otro y que en este caso han sido intervenidos directamente, violentados por decirlo de alguna forma) y es una representación, una luz que sale de una máquina, una ilusión óptica y mental.

Las películas de Marco nos revelan cómo se construye esta ilusión: imágenes fijas progresan en el tiempo a cierta velocidad.
Generalmente, esa velocidad es de 24 (o 25) cuadros por segundo. Digo generalmente, porque nuevamente Marco nos demuestra que esa no tiene por qué ser la velocidad de proyección de un película.

Al principio de “El rey de las montañas” vemos al proyeccionista poner en funcionamiento el dispositivo con el cuál va a exhibir las imágenes. El proyector es una máquina, pero sin embargo lo vemos responder al pulso de la persona que lo usa. El proyeccionista, es entonces quien le da cuerda al dispositivo o quien determina manualmente la velocidad de proyección.

Esto me recuerda el texto de Hollis Frampton:

"(Se enciende el proyector)

Tantos watts de energía, distribuidos sobre algunos metros cuadrados de pantalla blanca sin nada en particular, en la forma de un rectángulo cuidadosamente estandarizado, tres unidades de alto por cuatro de ancho.
La performance es impecable. El performer es una máquina de precisión. Se ubica detrás de nosotros, generalmente fuera de nuestra visión. Su rango de acción puede ser limitado, pero al interior de ese rango es, como un animal, infalible.
Lee, para decirlo de alguna manera, de un pentagrama que es al mismo tiempo la anotación y la substancia de la obra.
Puede, y de hecho lo hace, repetir la performance infinitamente, con extrema exactitud.
Nuestro rectángulo de luz blanca es eterno. Sólo nosotros vamos y venimos; nosotros decimos: Por aquí entré. El rectángulo estaba ahí antes que nosotros y seguirá ahí después que nos hayamos ido.
El rectángulo es generado por nuestro performer, el proyector, así que cualquier cosa que se nos ocurra debe caber en él.
De esta forma, el arte de hacer películas consiste en pensar cosas para meterlas en el proyector.”

Lo primero que nos muestra Marco en “El rey de la montaña” es justamente eso: las performances del proyector y del proyeccionista, que en este caso es aquél que piensa en qué meter en el dispositivo.

Nos podemos preguntar ahora: ¿Y qué es lo que Marco mete en el proyector? Quisiera decir que mete recuerdos, pero eso suena un poco huachafo. Así que diré más bien que mete “grabados cinematográficos” que representan situaciones conflictivas o cargadas de ambigüedad.

La primera ambigüedad es la que ya mencioné, la doble naturaleza del medio. También existen otras, como la dimensión pictórica del cine que se enfrenta constantemente a su dimensión narrativa: nos fijamos en una imagen, que sabemos cambiará en algún momento. Aún cuando Marco haya roto con la dictadura de los 24 cuadros por segundo, el proyeccionista moverá la manivela eventualmente, cambiando así la imagen que estamos observando.

Estamos a merced del proyeccionista, quien anda exhibiendo películas bajo una carpa, como en un cine ambulante. Siento sin embargo que el proyeccionista, es una persona nostálgica que extraña el lugar tradicional de exhibición: la sala de cine o el teatro, para usar el término que se emplea en inglés: “movie theater”.

Hemos visto hace un momento la cinta llamada “El fin del cine” que justamente nos muestra este espacio. Si en “El rey de las montañas” Marco nos hablaba del cine como medio, es esta otra cinta nos muestra el cine como lugar.

Voy a citar nuevamente el texto de Frampton. Dice:

"Si vamos a hablar de cine, hagámoslo en la oscuridad.
Todos hemos estado aquí en el pasado. Cuando llegamos a los dieciocho años de edad, dicen las estadísticas, hemos estado aquí quinientas veces.
No en esta misma sala, sino en esta oscuridad genérica, el único lugar que aun queda en nuestra cultura, completamente dedicado al ejercicio concentrado de uno, o máximo dos, de nuestros sentidos."


En esta “oscuridad genérica”, que es el hogar deslocalizado del proyeccionista, podemos ver toda clase de películas, y de alguna manera, estas películas se vuelven parte de nuestra biografía, o para usar un término psicoanalítico, de nuestra economía psíquica.

Aquí nos encontramos con Hitchcock, pero a través de sus efectos en el proyeccionista: el turista Hitchcock. Entonces el suspenso (que es esa sensación de inseguridad que genera angustia ante posibilidad de la disolución o la muerte) se relaciona con el contexto particular en el que está inmerso el proyeccionista desde la infancia: torres de electricidad dinamitadas, “pirañitas”, todos los aspectos más angustiantes de la realidad peruana. Pero también, contrasta con otros elementos: la familia, la ciudad en la que crecemos, o aquella en la que realizamos nuestros estudios, los espacios en los que aprendemos a ser quienes somos.

Quiero terminar mi intervención, diciendo que cuando vi las películas de Marco, aunque son obras independientes, sentí que asistía a una sola función, no sé si de matinée o de vermouth, como se decía antes. Y me gustó que la función terminase con la imagen de un barco de personas caminando, entre las cuales creí reconocer al proyeccionista en busca de un destino para sus imágenes.

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