El siguiente es el segundo texto que traduje para este blog, pero decidí colgarlo primero porque, a diferencia del otro, nos propone una visión personal del proceso de creación de una obra particular.
La entrevista a Stan Brakhage, uno de los cineastas experimentales más importantes del siglo XX, publicada poco tiempo antes de su muerte, es un texto conmovedor sobre el compromiso de la persona con respecto a su creación, la relación entre esta última y la experiencia misma de la vida, y el hecho que el arte haya sido quizás uno de los últimos bastiones de lo sagrado (como un caballo de troya) en la modernidad.
La entrevista a Stan Brakhage, uno de los cineastas experimentales más importantes del siglo XX, publicada poco tiempo antes de su muerte, es un texto conmovedor sobre el compromiso de la persona con respecto a su creación, la relación entre esta última y la experiencia misma de la vida, y el hecho que el arte haya sido quizás uno de los últimos bastiones de lo sagrado (como un caballo de troya) en la modernidad.
La Notas del Traductor (NT) son mías.
Acerca de la película Commingled containers
¿Por qué ese título?
“Commingled containers” (NT: “Contenidos compuestos” o, más literal: “Contenedores entremezclados”) suele ser lo que vemos en la basura en Boulder, es decir que podemos poner plástico y vidrio y latas de aluminio, en un receptáculo y todo será separado más tarde para ser reciclado. Yo peleé como un año para que nuestro complejo residencial tuviera reciclaje. Trabajé duro en ese proyecto entonces tenía ese término en la mente, también pensé que junto a Commingled Containers (NT: se refiere a la película) sugería mucho más que reciclaje.
Hablas a menudo acerca de un estado de trance en el cual te encuentras mientras trabajas, y te he oído decir lo mismo acerca de esta película. ¿Puedes hablar un poco sobre cómo fue hecha, específicamente?
Solía tener que trabajar muy duro durante varias horas, a veces eran días, para llegar a un estado de trance lo suficientemente profundo para poder finalmente trabajar; y si alguien me llamaba por teléfono para algo urgente, me podía tomar 30 segundos contestar a una pregunta. El cerebro estaba saliendo de un trabajo de profunda concentración.
A veces dudo antes de utilizar la palabra trance por sus connotaciones de culto religioso, pero hemos diluido el término “concentración” y lo hemos alejado de cualquier valor espiritual. Este tipo de trance es uno en el que uno desearía – esperaría- encontrarse con ángeles y oír voces y esperar instrucciones de una visión de otras dimensiones.
Algunas personas que conozco y que trabajan en las ciencias me han dicho que hay más de cien dimensiones. Usualmente, apenas consideramos la cuarta. En el proceso de mi trabajo, no es sorprendente que hayan más de cien dimensiones, y que “criaturas” se muevan a través de estas dimensiones- usando una palabra de dibujo animado para describir lo que sea que sean estas entidades que afectan mi trabajo. Evito que ciertas entidades se muevan a través de mí porque no son mi tipo y no puedo bailar con ellas. Le cierro el paso justamente a aquellas que otros (y no estoy haciendo aquí un juicio de valor), como Kenneth Anger or Harry Smith, pueden usar muy bien y crear con ellas belleza magnífica, poderosa, grandiosa. Con esas, yo no trabajo.
Trato de mantenerme fiel a mí mismo con respecto a lo que puede moverse a través de mí, con respecto a lo que puede usar la experiencia de vida que Yo soy y entrar en relación conmigo. No siento que yo hago estas películas, sino que son hechas a través de mí. El trabajo siempre tiene errores, y esos son míos. Pero lo que es bueno en el trabajo es dado. Aquello que lo está dando es aquello que lo da todo: para mí, es Dios.
En 1996, era aparente que yo tenía cáncer e iban a hacerme una cirugía exploratoria y, justo antes de la cirugía exploratoria, salí con una cámara que acababa de comprar. No sé por qué tenía esa maldita cámara. Para entonces no había trabajado con una cámara desde hacía varios años, y no esperaba trabajar nunca más con una: simplemente ya no podía costear la película para filmar. Había vuelto a pintar sobre el celuloide. Pero había visto esta cámara con descuento, era bastante barata y, por alguna razón, la había comprado.
Sabía que tenía que probarla antes de que venciera la garantía y pensé: “Bueno, el arroyo Boulder siempre sirve para algo”. Me encaminé y me senté junto al arroyo. Luego metí la mano en mi bolsa y saqué unos tubos de extensión que había llevado conmigo desde que mi padre me compró equipos de cine cuando decidí no regresar a la universidad. Nunca los había usado realmente. Había llevado estos tubos conmigo durante unos 35, 40 años, sacándolos de vez en cuando y mirándolos sin nunca animarme a botarlos.
Así que de repente –quien sabe por qué razón- los agarré y los puse en la cámara y así tenía un lente macro, y metí parte del lente en el agua cerca de unas rocas. No puedo explicarte qué fue lo que me llevó a hacer eso. No me preocupaba conseguir una imagen en particular, pero tampoco puedo explicarte cómo llegué a un estado en el que no me preocuparía por eso.
No diré que no sé lo que hago, pero sí diré que la razón detrás de estar bien entrenado y ser apto con la cámara, la razón misma del oficio, es que yo pueda trabajar esta cámara y usarla para hacer cosas extraordinarias en un trance durante el cual no logro recordar ni mi propio nombre. Toda esta experiencia era una expresión de lo que me estaba desgarrando desde adentro, es decir: ¿qué sentido tiene estar chequeando esta cámara? Primero, tú ya no tienes la intención de fotografiar (NT: en este caso, “usar película”); se ha vuelto demasiado caro. Segundo, probablemente vas a morir (que fue realmente lo que pensé). ¿Por qué estás haciendo esto? Pero luego, por otro lado, si es que vas a morir, ¿qué importa si mides bien la luz con estos malditos tubos que has cargado toda tu vida? ¡Úsalos! Y así fue.
Y todo ese pensamiento se traduce en: ahí está la superficie del agua, que es todo lo turbio de nuestra vida diaria; luego justo debajo de esa superficie, visible al pasar por encima de las rocas, hay algo que ni siquiera se puede llamar burbujas, una sensación orgánica, un mundo burbujeante, evolucionando despacio. Son burbujas –son el resultado de la fricción del aire y el agua- pero son todas esas diferentes y extraordinarias formas que parecen orgánicas en la fluidez de su movimiento.
Y más profundo, hay algo espiritual en ellas. No puedo decir exactamente lo que es, pero ciertamente logro reconocerlo, y ahí estoy, sudando encima de ese arroyo con un pie en el agua y una rodilla en una roca, inclinado, y así transcurrió un largo rato –creo que estuve ahí durante una hora y media, filmando con mucho cuidado. Y cuando el rollo llegó del laboratorio, entre la cirugía exploratoria y la extirpación de la vejiga, me conmovió tanto, y dije “OK, esta es mi última película” y me senté a editarla.
Creo que todo trabajo debería tener, sea lo que sea que uno quiera decir con esta palabra, algo de Dios en él, para que así uno tenga una sensación de la presencia de lo divino. Y creo que comparto este sentimiento con artistas de todo tipo.
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Traducción mía de: Stan Brakhage y Scott MacDonald. “El cineasta como visionario: extractos de una entrevista a Stan Brakhage”. Publicado originalmente en la revista Film Quarterly, Vol. 56, No. 3, 2003.
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Aunque no se puede apreciar realmente el efecto de esta película si no se ve en cine, o por lo menos proyectada en una pantalla grande, aquí está la película en la calidad disponible en youtube. Imaginen en todo caso las imágenes proyectadas en una sala grande o en toda la pared de una galería oscura.
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